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viernes, 27 de octubre de 2017

Eric Hobsbawn y América Latina

Emir Sader, La Jornada

Poco antes de morir, en 2012, ya con 95 años, Eric Hobsbawn manifestó la voluntad de publicar un volumen con sus artículos y ensayos sobre América Latina. No tuvo tiempo de hacerlo, pero el historiador británico Lesley Bethell recogió la tarea y organizó un volumen, al que dio el título de Viva la Revolución, publicado el año pasado en Londres.

En su autobiografía Tiempos interesantes, publicada en 2002, Hobsbawn afirmó que la única región fuera de Europa que él consideraba que había conocido bien y donde se sentía plenamente en casa, era América Latina.

Sin embargo, en sus obras clásicas, la presencia de América Latina es marginal. En Era de las revoluciones hay sólo referencias de paso a nuestro continente. En Era del capital hay solamente media docena de páginas sobre América Latina, en el capítulo titulado Perdedores. En Era de los imperios hay pocas referencias y cuatro páginas dedicadas a la Revolución Mexicana. En Era de los extremos, América Latina pasa a ocupar lugar de destaque en el surgimento del Tercer Mundo, con referencias a varios acontecimientos históricos de importancia, de la Revolución Mexicana al Chile de Allende.

domingo, 21 de mayo de 2017

Socialdemocracia y lucha de clases

Gustavo Palomares, Público

Un fantasma recorre Europa, el fantasma… de la socialdemocracia; nadie sabe dónde está y todo el mundo la busca sin encontrarla: los viejos partidos socialistas perdidos en la renovación, los flamantes partidos emergentes, las pujantes plataformas ciudadanas o, incluso, los redefinidos partidos social liberales con nuevos aromas macronianos.

La evocación inicial con la que arrancan estás líneas emulando el comienzo del Manifiesto Comunista de Marx y Engels en 1888, sirve en la situación actual -más de un siglo después- para describir una vez más la actual crisis profunda de los partidos socialdemócratas en Francia, España, Holanda, Gran Bretaña e incluso en Alemania, su inicial cuna, ante el abandono progresivo en todos los casos de sus históricos electorados. La incapacidad de la socialdemocracia para dar respuesta a los principales retos de futuro con innovado discurso y su ineficacia para adaptarse con un programa propio a la evolución del capitalismo global y virtual imperante.

Las transformaciones técnicas y tecnológicas, el avance imparable de la globalización cultural y de comunicación como un nuevo instrumento de penetración ideológica y económica del neoliberalismo en esta nueva era digital, provocó la incapacidad de aquellas propuestas de mayor contenido social y de avance en la igualdad, keynesianas en lo económico y sociales en lo político, para transformarse en igual medida y similar ritmo que su oponente. Más todavía cuando la globalización impuso a “sangre y fuego” el programa económico global, calcado de las nuevas propuestas y recetas económicas de ese nuevo neoliberalismo digital imperante asociado con el poder financiero. La globalización ganaba así un nuevo calificativo: globalización “especulativa”.

sábado, 17 de marzo de 2012

Walter Benjamin: ¿abismo o revolución?

Antoni Jesús Aguiló, Rebeliòn

Walter Benjamin (1892-1940) fue un pensador comprometido críticamente con la realidad. Su obra ofrece una serie de brillantes iluminaciones sobre, entre otros temas, la historia, el tiempo, la memoria, la experiencia, el arte, la literatura o la relación del individuo con la gran ciudad. En uno de los textos preparatorios de las famosas tesis sobre la historia, de 1940, Benjamin expresa una de esas productivas y casi proféticas iluminaciones: “Marx[1] dice que las revoluciones son las locomotoras de la historia. Pero tal vez las cosas sean diferentes. Quizá las revoluciones sean la forma en que la humanidad, que viaja en ese tren, acciona el freno de emergencia”[2].

El fragmento reproducido pone de manifiesto el concepto benjaminiano de “revolución”. En sus orígenes astronómicos, el término “revolución” (revolutio) designaba el movimiento regular y circular de los astros. Sin embargo, fue durante el siglo XVIII, sobre todo a partir de la Revolución francesa, cuando la palabra adquirió el sentido político moderno de cambio radical o ruptura brusca del orden social y político establecido. Benjamin critica que desde la modernidad occidental la revolución se ha entendido en sentido metafórico como un tren sin frenos que circula a toda velocidad. Ser revolucionario significa fundamentalmente subirse a la “locomotora de la historia” que, encarrilada sobre los raíles del progreso, la modernización y el desarrollo capitalista (de la globalización neoliberal, en un lenguaje actual), deja atrás una historia de atrasos, ignorancia y subdesarrollo. La acción revolucionaria consiste en montar en ese tren impulsado por el viento de la historia, que encarna la promesa de un futuro mejor. Los pasajeros, esperanzados, no quieren perder el tren. Pero lo que no saben es que están a punto de emprender un viaje sin estaciones. Del mismo modo, ignoran que el maquinista es un autómata que circula a una velocidad vertiginosa, incapaz de moderar la velocidad y cambiar el rumbo. Siendo así, lo más probable es que se estrelle.

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